La creatividad, esa facultad de crear, habilita la capacidad de creación.
Una capacidad que nos completa, nos permite descubrirnos y asombrarnos de nosotros mismos, hasta dónde podíamos llegar, nos expande.
Producir algo de la nada, me gusta pensar que es un hacer por elección consciente o no, algo que antes no era.
Por primera vez algo, hacerlo nacer, que tenga vida y no por lo inédito para otros.
Sí por la fabulosa situación, de que es nuevo e inédito para aquel que lo crea, que descubre que puede ser fundante, fundado en su historia de vida.
La maravilla de descubrir en, ese instante algo no visto, no pensado. Dejarse asombrar-se.
Saber mirar de forma siempre nueva, original, en mundo en el que se vive, que nos rodea donde cada tiempo lo va a reinventar a “lo mirado”, es ser creativo, es crear entonces la maravilla, sí la maravilla de asumir, de disfrutar que siempre podemos estar creando, haciendo nuevas las cosas.
Es una actitud frente a la vida intransferible de esa primera vez se establece algo, es criar, es desarrollarse y crecer, es hacerse cargo.
Lo estupendo: cada persona, cada vida, con su particularidad, su identidad aunque no lo notemos se desarrolla, crece, se hace cargo “cría” una vida única, irrepetible en ese detalle mínimo donde fascinados por la originalidad se da paso al acto creativo. La creatividad no muere, no se repite, se transforma.
Mirando un documental, mostraban como criaba sus pichones, solo reconoce a aquellos que estaban en el nido, ni por el llamado de la cría, ni por el olor, simplemente por estar en el nido, en ese lugar. Una de las crías se había caído.
Subir al nido era complicado, busco instintivamente diferentes maneras de subir, el frío estaba haciendo lo suyo, la temperatura de su cuerpo disminuía, urgentemente debía ponerse bajo el abrigo de su madre.
Ella miraba desde el nido sin hacer nada, busco diferentes maneras de hacerlo, de intentarlo hasta que logró subir y colocarse bajo el calor que brindaba su madre. Su expresión parecía de alivio, de sorpresa, la naturaleza en su libertad creadora busca formas de reinventarse una acción, muy común cotidiana, subir a un nido para a ser una maravilla al momento de contemplar y ver, la forma única de ese pichón para “criar-se”, hacerse cargo de su posibilidad.
Tomando en forma atrevida, las palabras de la artista serbia, Marina Abramovic en una entrevista, realizada en marzo de este año por Leire Ventas, BBC News Mundo, aventuraría a decir que la naturaleza en este pequeño pichón me ilustró:
“Debemos aprender de todas aquellas situaciones en las que nos encontremos, buscar la manera de lidiar con ellas y de aprovecharlas para nuestro propio crecimiento”
Cuál es el tiempo de la creatividad, ¿cuánto tiempo se emplea? ¿El tiempo que se tarda en ver? ¿El tiempo que se tarda en decidir? ¿El tiempo que se tarda en darse cuenta? ¿Tiene tiempo esta libertad creadora?
No somos varitas mágicas de un hermoso u horroroso cuento de hadas o de no hadas, de brujas o de no brujas, que con un chasquido transformamos, cambiamos, creamos. Hacerse cargo de acto creador, de criar esa idea, de descubrir lleva tiempo, el “tiempo de ver”.
Evoco una de esas noches donde el sueño se revela y nos levanta de la cama, recorremos la casa y terminamos en ese “lugar” donde miramos “hacia afuera” y la vista nos lleva lejos de nuestros pensamientos y descubrimos lo cotidiano por primera vez.
En “mi lugar” de la casa, miré hacia la ventana con la taza de café entre mis manos y la vi. Ya estaba amaneciendo el cielo de octubre con ese celeste indescriptible y ella con su ego muy luminoso, diciéndome acá estoy más luminosa y blanca que nunca, parecía iluminarme sólo a mí. Imaginé que me hablaba desde ese cielo luminoso del amanecer y me decía: ¡cuánta más luz necesitas para ver! ¡Cuánta abundancia pensé!
Simplemente con una sensación de plenitud termine mi café y volví a mi cama a dormir en paz.
Recordé haber leído a Lacan cuando refiriéndose al tiempo lógico, mencionaba al instante de ver, tiempo de comprender, momento de concluir. … ese instante entre un antes y un después.
El instante, mínimo, ese de un momento a otro, que penetra el intervalo entre un antes y un después, y el momento de concluir (¡cuánta luz se necesita para ver!) llevaría las marcas del instante de ver, resignificándose así en otra mirada. Hermoso por cierto. Ahí ahonda la creatividad.
Con el afán de encontrar resultados, de tener certezas, porque la incertidumbre irrumpe identidades, nos afanamos (siempre con buenas intenciones) en procesos, procedimientos estrategias que “aseguren” llegar a un buen término y encasillamos la creatividad, la limitamos.
Limitarnos es menospreciar la inteligencia en todas sus posibilidades.
Invito a pensar en voz alta: la educación como un acto de conocimiento. Las propuestas educativas no son idealizaciones ingenuas, surgen de la reflexión critica.
La motivación nos impulsa a comenzar, la oportunidad es el camino.
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